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2 de octubre 1968 - 2012 NO SE OLVIDA OLVIDAR ES MORIR

esto es del 40 aniversario en la  jornada

Después de los enfrentamientos del 2 de octubre, un grupo de jóvenes vela a uno de sus compañeros muertos en TlatelolcoFoto Alfonso Talavera

El Frente de Lucha Estudiantil de la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM) distribuyó un volante en el que se decía: “Tu participación en este movimiento, pueblo de México, es fundamental. No puedes dejar que tus hijos sean masacrados; no puedes permanecer indiferente en estos momentos de crisis; que tu participación directa y decidida haga temblar al gobierno gorila de (Gustavo) Díaz Ordaz, que cada día se ensaña más contra las clases explotadas de México”. No obstante, la masacre ocurrió la tarde de un día como éste, hace 40 años.
Aquel 2 de octubre, en el ámbito político nacional ya se ventilaba la sucesión presidencial y dos de los principales aspirantes eran el general Alfonso Corona del Rosal, jefe del Departamento del Distrito Federal (DDF), y Luis Echeverría Álvarez, secretario de Gobernación.
Winston Scott, quien era el jefe de la estación de la Agencia Central de Inteligencia (CIA, por sus siglas en inglés) en México, “era un declarado anticomunista que creía que era justificado el apoyo a las dictaduras militares con el fin de impedir que la izquierda pudiera acceder al poder en México y otros países de la región”, según describe el libro de Jefferson Morley, Our Man in Mexico.
Para esa fecha, Luis Echeverría; Gustavo Díaz Ordaz; el general Luis Gutiérrez Oropeza, jefe del Estado Mayor Presidencial (EMP); Fernando Gutiérrez Barrios, jefe de la Dirección Federal de Seguridad (DFS); Antonio Carrillo Flores, secretario de Relaciones Exteriores; Joaquín Cisneros, secretario particular de Díaz Ordaz; Emilio Bolaños, sobrino del presidente, y Humberto Carrillo Colón, agregado de prensa de la embajada de México en Cuba, estaban al servicio de la CIA como parte de la Operación Litempo, según informes desclasificados del Departamento de Estado de Estados Unidos, el libro Our Man in México y el documental La conexión americana, producido por Carlos Mendoza, director del canalseisdejulio.
A pesar de ello, la CIA envió a Washington, el 9 de septiembre de ese año, un informe en el que consideraba que “no era posible predecir los efectos del movimiento estudiantil”.
La agencia de espionaje estadunidense contaba, además de la red de funcionarios mexicanos, con unos 30 elementos desplegados en nuestro país. Era la oficina más grande en América Latina, según revelaciones de Philip Agee, agente de la CIA que desertó en 1968, “por cuestiones de conciencia”, tras la masacre en Tlatelolco.
El general Mario Ballesteros Prieto, jefe del Estado Mayor de la Secretaría de la Defensa Nacional (Sedena), sería el encargado de poner en práctica la llamada Operación Galeana en Tlatelolco, y al igual que el coronel Manuel Díaz Escobar, era anticomunista.
Ballesteros Prieto y Díaz Escobar habían participado en las negociaciones para la creación de un Sistema Hemisférico de Defensa contra el Comunismo, patrocinado por Estados Unidos.
En Tlatelolco había unos 10 mil soldados, decenas de francotiradores apostados en las azoteas de los edificios contiguos a la Plaza de las Tres Culturas –190 fueron detenidos tras una primera balacera. Este último número de elementos coincide con los empleados de Limpia y Transportes que Díaz Escobar había mandado como grupo de choque al Zócalo el primero de agosto–, reportes oficiales documentan que la mayoría fueron enviados desde un día antes por el EMP.
Según un reporte de la CIA, a finales de agosto de 1968 el movimiento estudiantil había afectado la atmósfera preolímpica.
Los hechos
A las 10 de la mañana del 2 de octubre, en la casa del rector Javier Barros Sierra, los representantes gubernamentales para el diálogo, Jorge de la Vega Domínguez y Andrés Caso Lombardo, “se entrevistan con los representantes estudiantiles Gilberto Guevara Niebla, Anselmo Muñoz y Luis González de Alba; aunque es respetuoso, el diálogo es áspero. La representación estudiantil intenta establecer las tres condiciones previas para que hubiera diálogo: la salida inmediata de las tropas que estaban ocupando el casco de Santo Tomás, el cese de la represión y la libertad de todos los jóvenes aprehendidos a partir de la intervención del Ejército en Ciudad Universitaria.
“Los emisarios señalaron que no aceptaban las condiciones previas al diálogo”, confesó Caso Lombardo al Ministerio Público durante una declaración ministerial en 2003.
Asimismo, “en la reunión con los estudiantes se convino en que el propio 2 de octubre, a las seis de la tarde, se tendría una reunión en el domicilio de Andrés Caso Lombardo (…) pero los trágicos acontecimientos de ese día en la noche modificaron radicalmente la situación”, agregó el propio Caso Lombardo en su declaración.
La masacre
“Llegué a las 4:45 y la plaza estaba casi llena. Subí a la terraza del tercer piso del edifico en el que se hallaban los líderes, sorprendiéndome al ver sólo a unos cuantos. Uno de ellos, que se notaba muy nervioso, dijo que se había demorado porque carros blindados y camiones llenos de soldados estaban desalojando a la gente de la plaza”, escribió Oriana Fallaci, en La Voz de México, diciembre 1968.
El relato oficial contenido en el libro blanco del 68, elaborado en ese tiempo por la Procuraduría General de la República, fue que “a las 5:15 de la tarde empezó el mitin-manifestación en la Plaza de Tlatelolco, estando presentes, en los corredores del tercer piso del edificio Chihuahua, los principales y más agresivos líderes del llamado Consejo Nacional de Huelga”.
En tanto, la crónica publicada en Excélsior (3/XI/68), refiere que “desde una hora antes, centenares de manifestantes –estudiantes, hombres y mujeres, señoras con niños– habían comenzado a congregarse.
“Entre los asistentes cundió el rumor de que había decenas de agentes policiacos, vestidos de civil, entre ellos.”
Luego de la participación de un par de oradores, dos helicópteros comenzaron a sobrevolar la zona. La multitud se calculaba en unas 5 mil personas. Cuando terminaba de hablar el cuarto orador, habían transcurrido escasos 45 minutos.
Para ese momento, Florencio López Osuna, representante del Politécnico, ya había anunciado que se cancelaba la marcha hacia el casco de Santo Tomás.
“De pronto, tres luces de bengala aparecieron en el cielo. Caían lentamente. Los manifestantes dirigieron, casi automáticamente, sus miradas hacia arriba. Y cuando comenzaron a preguntar de qué se trataría, se escuchó el avance de los soldados. El paso veloz de éstos fue delatado por el golpeteo de los tacones de sus botas. Luego inició la balacera”, publicó Excélsior.
El libro blanco del 68 señala: (…) después de varios discursos incendiarios, hacia las 6:15 de la tarde, el mitin terminaba. Algunas unidades del Ejército estaban apostadas cerca de la plaza para impedir que los manifestantes marcharan a ‘recuperar el casco de Santo Tomás’ como habían anunciado días antes”.
Nada dice de las bengalas ni tampoco de que el general José Hernández Toledo supuestamente resultó herido cuando pedía a los asistentes que desalojaran la plaza.
Las crónicas periodísticas refieren que tras escucharse el avance de los soldados “inició la balacera. Con ello la confusión. Nadie observó de dónde salieron los primeros disparos. Pero la mayoría de los manifestantes aseguraron que los soldados, sin advertencia ni previo aviso, comenzaron a disparar.
“Entonces, la Plaza de las Tres Culturas se convirtió en un infierno. Las ráfagas de las ametralladoras y fusiles de alto poder zumbaban en todas las direcciones. La gente corría de un lado a otro”. Los militares se apoderaron del lugar. Francotiradores que después se sabría eran elementos del EMP, habían disparado contra los soldados dirigidos por el general Crisóforo Mazón Pineda.
Sin embargo, el libro blanco del 68 señala que los autores de los disparos habían sido “grupos juveniles armados” y los “francotiradores, casi todos estudiantes”.

Cuando casi concluía el mitin en la Plaza de las Tres Culturas, efectivos del Ejército perpetraron su incursión Fotograma del documental Tlatelolco, las claves de la masacre, producido por el canalseisdejulio
Los enfrentamientos duraron hasta la madrugada del 3 de octubre. Hubo más de mil 500 detenidos por elementos militares, agentes de la DFS y de la Policía Judicial Federal, que integraban el Batallón Olimpia. Fueron trasladados al Campo Militar número Uno, refiere el documento gubernamental titulado Apuntes sobre Tlatelolco, en el cual se afirma que “la actuación del Ejército (…) se ajustó a un criterio de mesura”.
Según este documento, “los elementos que forman parte de los cuerpos de policía, de seguridad y del Ejército, se limitaron exclusivamente a dar garantías a la ciudadanía mexicana y su intervención fue incitada y calculada por quienes han propiciado este movimiento”.
Sin embargo, el informe histórico de la extinta Fiscalía Especial para Movimientos Sociales y Políticos del Pasado revela que un teniente de apellido “Salcedo, a la orden de Gutiérrez Oropeza, apostó elementos en un departamento de la cuñada de Luis Echeverría en el edificio Molino del Rey, y otros elementos en los edificios Chihuahua, 2 de Abril y en la parte baja de los edificios alrededor de la plaza, incluso de la zona cercana a la Vocacional número 7.
“Conforme a documentos desclasificados de la Sedena, con informes de inteligencia enviados al Departamento de Defensa de Estados Unidos, el EMP, contraviniendo o malinterpretando las órdenes del general Marcelino García Barragán, secretario de la Defensa Nacional, utilizó francotiradores para inducir una respuesta armada por parte del Ejército y que ésta se generalizara provocando una masacre que aniquilara el grupo nacional movilizado.”

El 2 de octubre de 1968, miles de asistentes al mitin en Tlatelolco escuchaban a los oradores del Consejo Nacional de Huelga en la Plaza de las Tres Culturas; instantes después, caerían las bengalas y se desataría la masacre Foto Archivo
Oficialmente se contabilizaron 39 muertos civiles y dos militares, el número real de víctimas se desconoce. El general Alberto Quintanar reveló en 2002 a La Jornada, que “entre ocho y nueve camiones de redilas, sin logotipos, se utilizaron para sacar de Tlatelolco los cuerpos de quienes murieron el 2 de octubre de 1968”, los transportes eran similares a los que utilizaba el servicio de limpia del DDF, la oficina que dirigía el coronel Manuel Díaz Escobar
El gobierno de Díaz Ordaz responsabilizó a grupos comunistas de la revuelta juvenil.
Sin embargo, la CIA no tuvo ningún dato que corroborara que China, la Unión Soviética o Cuba tuvieran vínculos con el movimiento estudiantil, pero la noche del 2 de octubre, el embajador de Estados Unidos en México, Fulton Freeman, pidió al general García Barragán que declarara el estado de sitio y que asumiera el poder.
El militar, según sus documentos personales, rechazó la propuesta y públicamente dijo que no se suspenderían las garantías individuales.
Diez días después se inaugurarían las que fueron llamadas Olimpiadas de la paz.    
esto es de carlos monsivais antes de morir           

Los “medios de comunicación” del Movimiento
Carlos Monsiváis

Imagen inédita que forma parte de la exposición Y era nuestra herencia, que se inaugura hoy Foto cortesía Museo del Estanquillo/ Colección de Carlos Monsiváis
El Movimiento dispone de sus “medios masivos”: las marchas, las asambleas, los mítines, los manifiestos y las brigadas. Por decirlo pronto, las marchas son espectaculares, anticipos y creaciones notables de la vida ciudadana. Si a estas alturas tantos recuerdan y con tal enjundia esas marchas no es nada más por la necesidad de ennoblecer el pasado (inevitable y legítima), sino porque son una aportación innegable del Movimiento, la mezcla logradísima de responsabilidad y relajamiento. Las marchas son exploraciones de la ciudad, exhibiciones de poderío numérico, concursos discretos entre escuelas y facultades de récords de asistencia, prácticas políticas expresadas como teatro de masas. Las marchas exacerban al gobierno, y le permiten a los estudiantes instaurar el diálogo consigo mismos (el reparto de lo colectivo en lo individual). Y lo que le otorga su dimensión especial a estas demandas actuadas, es el poder de convocatoria. Ya no son las manifestaciones simbólicas o sintomáticas que el tamaño de la ciudad ahoga, y gran parte de la emoción, como suele suceder, se desprende del júbilo demográfico. Si somos tantos, nuestra causa no es ni marginal ni reprimible ni alegórica. Por lo menos en el capítulo de las marchas, el Movimiento no conoce el declive.
Si las asambleas, tan repetitivas, son un pregusto del fastidio de la eternidad, y si en los mítines sólo en contadas ocasiones se oyen en su integridad los discursos, en las marchas el Movimiento se desarrolla al otorgarse a sí mismo disciplina, vehemencia, sentido lúdico y orgullo por la persistencia y el crecimiento. Sin que jamás se olvide el maltrato a la UNAM y el Politécnico, se reafirma la ira ante quienes, al cerrarse a cualquier posibilidad de diálogo, los tratan como niños regañables o incluso suprimibles. Y las declaraciones de autonomía o de mayoría de edad súbita, se expresan a través del frenesí multitudinario, ordenado por el temor a las provocaciones, asido a las consignas básicas, y de humor ya un tanto alejado de las tradiciones de izquierda. Cada contingente sella compromisos de grupo, de escuela, de actitud. Son, por ejemplo, combativos y homogéneos los de Ciencias, Economía, Filosofía y Letras, Ciencias Políticas, la ESIME, la ESIA, la ESIQUE, las Normales. De otras facultades de historial más “despolitizado”, se reciben sorpresas, por la cantidad y el entusiasmo de los participantes. Los que estrenan disidencia se felicitan por hacerlo y se radicalizan por un tiempo o, un puñado, hasta el día de hoy. Lo más probable es que sea su única experiencia política, lo seguro es que la seguirán contando hasta el fin de sus días o de los días de los oyentes. Si en un comienzo no entienden la regla de oro de estas marchas, cifrada en el anhelo de un “relajo escultórico”, si tal cosa es posible, la aprenden con rapidez.
Sigue vigente el “¡Únete Pueblo!”, ya un tanto inútil en estos meses porque tantos participantes no pueden ser sino pueblo (Tal vez hubiese funcionado mejor un “Únete Elite”, para denotar el carácter plenamente popular de la manifestación). Hay transformaciones satíricas de la publicidad gubernamental: “Cuando todo granadero/ sepa leer y escribir,/ México será más grande,/ más próspero y más feliz”. Hay variantes de frases publicitarias: el jingle “¿Y qué es lo que queremos? La cerveza de barril embotellada”, se transforma en “¿Y qué es lo que queremos? A Corona del Rosal embotellado”. Un lema reiterado es de corte tradicional: “¡Muera Cueto!”, en honor de Luis Cueto Ramírez, jefe de la policía (contribuí, de algo debo envanecerme, con el texto de una pancarta: “Santa Madriza, patrona de los granaderos”). Y en la manifestación del 5 de agosto convocada por el Politécnico que parte de Zacatenco y termina en las instalaciones del IPN en Santo Tomás, se inicia una práctica que desconcierta. Se cuenta a partir del número uno, y llegando al 22 se hace una pausa y se grita “¡23 MUERTOS!”, con júbilo funeral no muy comprensible. Luego, ya en septiembre, de los 23 se pasa a los “¡32 MUERTOS!”, con alborozo idéntico.
¿Por qué se adopta una necrofilia tan rumbera? No porque los muertos no importen, ni siquiera porque el carácter unilateral de las defunciones abone el desprestigio histórico del gobierno, sino porque siempre alboroza cobrarle deudas a la represión. Antes, las víctimas desaparecían para siempre; ahora, así sea sin nombres, se recuerda su existencia a sus victimarios. El mecanismo es muy simple, pero no despoja al rosario luctuoso de su carácter disparatado, ni hace menos penosa la falta de investigación al respecto. Si el gobierno lo controla todo y es casi imposible averiguar con eficacia la cifra de muertos y heridos, el facilismo elige un número porque sí, y lo califica de hazaña. “¡32 MUERTOS!”, es decir, 32 pruebas fehacientes de la monstruosidad priísta. Se pudo escoger cualquier otro dígito, lo importante es afinar el resentimiento.
Estos detalles sin embargo no afectan la elocuencia de las marchas, auténticas fiestas democráticas aunque nadie entonces hubiese recurrido al término. En el grupo que apoya la idea y los manifiestos de la Asamblea de Intelectuales, Escritores y Artistas, se estudia el tono de los estudiantes porque, si no se interviene en asambleas y comisiones, importa ser testigos de primera fila del cambio de mentalidad. Una noche, en casa de Selma Beraud, le comento a Pepe Revueltas mi entusiasmo por la fibra de los estudiantes, así yo la viva a cierta distancia. Revueltas se asombra: “No te entiendo. El Movimiento nos vuelve a todos estudiantes. Tenemos que aprender desde el principio la transformación de las vanguardias. Por eso hay que proponer la autogestión”.
El sentimiento de vanguardia, sin ese término, sí que se propaga y se vuelve determinante. El lema de los estadunidenses, “Desconfía de todo aquel mayor de treinta años”, se convierte en “Desconfía de todo aquel seguro de su porvenir burocrático”. En Ciencias hay un graffitti: “La madurez es un tigre de papel”. En la Facultad de Filosofía, a instancias de Ignacio Osorio, se inaugura el “Paseo de la Momiza” para honrar los bustos de próceres de la Academia que contemplan la efervescencia de los alumnos irresponsables. Lo comentado y escrito sobre el poder estudiantil se desplaza a las asambleas, así no sea nunca la ideología oficial del Movimiento. En un volante se reproduce la cita de José Cadalso que en 1968 José Emilio Pacheco rescata en una de sus crónicas desde Europa paraLa cultura en México: “Cuéntese, pues, por nada lo pasado y pongamos la fecha desde hoy”.
De la defensa de la UNAM y del IPN se pasa casi sin darse cuenta, y sin método, a la demanda de la educación superior diferente por completo. Según el líder del 68 alemán Rudi Dutschke “No se puede cambiar las universidades sin primero cambiar la sociedad”. A lo que fue resistencia impulsiva y necesaria, se agregan ráfagas ideológicas que enjuician el sistema capitalista y la función social que le atribuye a las universidades. Desconfía de todo aquel sin vocación de graffitero.Afirman Dutschke y Daniel Cohn-Bendit: “Ser de extrema izquierda es politizar y actuar para destruir la estructura represiva de las instituciones”. Desde luego, esta profesión de fe nada más la comparte un sector muy reducido, que no la explica de modo convincente, pero la retórica exacerba el miedo del gobierno al cumplimiento de su profecía.
Cuéntese, pues, por nada lo pasado y pongamos la fecha desde hoy. En las asambleas y en los mítines se impone una vanidad de “clase cronológica” o como se le diga a la seguridad de que si nada se ha modificado en el país con todo y una revolución, se debe a la ineptitud o la complicidad de las generaciones anteriores, esas que, presumiblemente, ya no irán a esta marcha.
Este 2 de octubre se cumplen 40 años del movimiento estudiantil que trastocó la estructura del poder en México. Con motivo de esa efeméride, Carlos Monsiváis escribió el libro El 68: la tradición de la resistencia, que en breve será publicado. Con autorización de Ediciones Era, La Jornada ofrece a sus lectores un adelanto.  

Los líderes del 68
Rosa Elvira Vargas

Estudiantes detenidos en el edificio Chihuahua el 2 de octubre de 1968 Foto Instituto de Investigaciones sobre la Universidad y la Educación, Archivo Histórico de la UNAM. Colección: Manuel Gutiérrez Paredes
Cervantes Cabeza de Vaca
Pensar, decir y hacer: aún lucho, hay que aclarar el 68
Proveniente de la Escuela Nacional de Agricultura de Chapingo y representante por esa institución ante el Consejo Nacional de Huelga.
Fue detenido el 28 de septiembre de 68, acusado de incitación a la rebelión, asociación delictuosa, rebelión, ataques a las vías generales de comunicación, daño en propiedad ajena, robo y despojo.
Durante su detención fue sometido a torturas y simulacros de fusilamiento. Estuvo preso en Lecumberri de 1968 a 1971. Al salir, se exilió en Chile.
Tomás Cervantes Cabeza de Vaca es ingeniero agrónomo; laboró en la Compañía Nacional de Subsistencias Populares, la Subsecretaría Forestal, la Universidad de Zacatecas, la Comisión Nacional Forestal; también en la Aric-Forestal en Chihuahua y para el Programa Nacional de Reforestación. Fue miembro fundador del Partido Mexicano de los Trabajadores.
Hoy, sostiene: “Me veo contento, orgulloso de haber participado en el movimiento y ver sus resultados. Si se volviera a repetir, ahí estaría yo. No me arrepiento absolutamente de nada. Vivo tratando de ser consecuente entre el pensar, el decir y el hacer. Y sigo peleando. Hay que aclarar el 68.
“A 40 años, pensar cotidianamente el movimiento es una parte de mi vida. Tengo más incógnitas que respuestas. La impunidad campea y mientras sobrevivan los grupos de poder que de alguna manera participaron, será muy difícil que ésta se acabe.
“Sin embargo, el movimiento logró una cosa muy imporante: sentar a un ex presidente (Luis Echeverría Álvarez) en el banquillo de los acusados. Pero de ahí a que se aclare, nada.”

Marcelino Perelló
La perspectiva que nos guió en 68 casi ha desaparecido
Representó a la Facultad de Ciencias de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM) ante el Consejo Nacional de Huelga.
Fue detenido cuando la policía allanó el local del Partido Comunista Mexicano y liberado poco después.
Tras el levantamiento de la huelga en la Universidad, salió al exilio, en enero de 1969.
Se graduó de matemático en la Universidad de Bucarest, donde también obtuvo una maestría en ciencias. Impartió cátedra en la Universidad de Barcelona y regresó a México en 1985.
Es maestro en la Facultad de Ciencias, articulista en periódicos y conduce un programa en Radio UNAM.
A cuatro décadas de Tlatelolco, expresa: “Cuando veo hacia atrás y considero aquello que hicimos, experimento una mezcla de admiración y vértigo. “Es inconcebible cómo unos escuincles de 20 años supimos montar una cosa tan hermosa y tan bien hecha.
“Nosotros atrapamos la historia. Entonces éramos casi niños y hoy somos casi viejos. De manera que el viejo no dirá lo que hubiera dicho hoy aquel joven. La edad lo hace a uno conservador.
“Y la memoria de aquellas jornadas nos hacen comprender no sólo que uno ha envejecido, también el mundo.
“Hoy aquello sería impensable. La perspectiva de transformación del mundo que nos guió, hoy prácticamente ha desaparecido.”

Raúl Álvarez Garín
Se mantienen las amenazas de violencia represiva
Alumno de la Escuela Superior de Física y Matemáticas del Instituto Politécnico Nacional y delegado por ese centro de estudios ante el Consejo Nacional de Huelga.
Quedó formalmente preso el 19 de octubre de 1968. Estuvo incomunicado más de 15 días en el Campo Militar número Uno. Fue acusado de daño en propiedad ajena, ataques a las vías generales de comunicación, sedición, asociación delictuosa, incitación a la rebelión, robo y acopio de armas, homicidio y lesiones. Sentenciado a 16 años de cárcel, pasó tres en Lecumberri.
Después fue profesor en la Facultad de Economía de la Universidad Nacional Autónoma de México. De 1977 a 1990 dirigió la revista Punto Crítico y mantiene un litigio laboral contra la Comisión Federal de Electricidad. Es uno de los principales activistas del Comité 68 Pro Libertades Democráticas.
Hoy, 40 años después de la masacre, asegura: “Siento un compromiso vital con los aspectos políticos generales, no sólo por la experiencia propia sino por lo que se muestra que continúa como amenaza grave en la vida nacional.
“Esto lo vivo como un problema de emoción también, porque uno siente que las amenazas de violencia represiva, de irracionalidad total, se mantienen y son de los componentes más graves.
“Pareciera que en la cultura política nacional la violencia está permitida, legitimada, y eso obliga a atender cuestiones muy finas, como el problema de la mentira, que parece algo que usa la gente con una facilidad pasmosa para remontar una situación.”


Raúl Álvarez Garín, Gilberto Guevara Niebla y Eduardo Valle, El Búho, detenidos en LecumberriFoto Revista Rino, octubre 1998, Hemeroteca Nacional. UNAM. Tomada del libro Memorial del 68, editado por la UNAM
Eduardo Valle
Nunca aceptamos vivir de rodillas
Era representante por la Facultad de Economía de la Universidad Nacional Autónoma de México, donde estudiaba, ante el Consejo Nacional de Huelga.
De acuerdo con una sentencia del 18 de octubre de 1968, quedó preso y permaneció en la penitenciaría de Lecumberri hasta 1971.
Maestro universitario, fue cofundador de los partidos Mexicano de los Trabajadores (PMT), Mexicano Socialista (PMS) y de la Revolución Democrática (PRD).
Ocupó una diputación federal a finales de los años 80; también se desempeñó como asesor de la Procuraduría General de la República y colabora como periodista en varias publicaciones.
Hoy, cuatro décadas después de la masacre de Tlatelolco, Eduardo Valle sostiene: “Después de (padecer) un cáncer terrible, muy difícil, estoy medio cansadón, aunque todavía puedo hacer mis columnas (periodísticas).
“Recuerdo que el 13 de septiembre (de 1968), día de la manifestación del silencio, fui el orador final por parte del Consejo Nacional de Huelga.
“Todo era muy difícil por las brutales respuestas de Gustavo Díaz Ordaz.
“Me costó mucho trabajo ese discurso y dije que podrían masacrar a los estudiantes y al pueblo, pero nunca podrían convencernos de vivir amordazados y de rodillas.
“Después de 40 años regresas (al país) y te preguntas frente al espejo: ¿deveras lo dije? Sí, y te da un enorme orgullo.
“Yo cumplí un papel, lo cumplí bien, me siento bien.”

Martínez della Rocca
Nos derrotaron militarmente, no al proceso histórico
Estudiante en la Facultad de Ciencias de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM) e integrante del comité de lucha de ese centro educativo.
Fue detenido el 28 de agosto de 1968. Acusado de secuestro, robo y resistencia de particulares, estuvo recluido en Lecumberri dos años, seis meses y nueve días.
Salvador Martínez es doctor en sociología y tiene posdoctorado en sociología de la educación; ha sido profesor en la UNAM, la Escuela Nacional de Antropología e Historia y la Universidad de Guerrero. Es miembro fundador del Partido de la Revolución Democrática y ha sido delegado en Tlalpan, diputado federal en dos ocasiones y en la actualidad a la Asamblea de Representantes del Distrito Federal.
A 40 años de Tlatelolco, afirma: “Me veo igual que entonces. Soy un optimista bien informado. Si analizas el movimiento en términos de coyuntura, nos masacraron y derrotaron militarmente, pero no como proceso histórico.
“El país ha avanzado mucho en aspectos como la equidad de género, la aceptación a la diversidad sexual, ya no hay razzias, la gente puede cambiarse de género, etcétera. Todo eso no se puede explicar sin el 68. Evidentemente, después, en los 80, con Cuauhtémoc Cárdenas se avanzó a una libertad democrática novedosa y vino el fraude de 2006.
“Hay logros, pero ahora tenemos un país que no teníamos en el 68: miseria, pobreza extrema, migrantes, rechazados en la educación media y superior, salarios de hambre, desempleo, niños de la calle, y todavía así el gobierno dice que somos la economía número nueve en el mundo. ¡Les debería dar vergüenza!”

Ana Ignacia Rodríguez
He luchado durante 40 años y hoy exijo justicia
Procedente de la Facultad de Derecho de la Universidad Nacional Autónoma de México, era representante del comité de lucha, del área de finanzas de Derecho.
Fue detenida en tres ocasiones: 18 de septiembre y 4 de octubre de 1968, y 2 de enero de 1969.
Fue condenada a 16 años de prisión por ocho delitos del fuero común –robo, homicidio y lesiones, entre otros– y dos del federal –incitación a la rebelión y sedición. Con su compañera Roberta Avendaño Martínez, La Tita(fallecida en agosto de 1999), permaneció dos años en el penal de Santa Martha Acatitla.
Es jubilada de la Secretaría de la Reforma Agraria y laboró en la delegación Coyoacán. Estudia derechos humanos en la Universidad Autónoma de la Ciudad de México y forma parte del Comité 68 Pro Libertades Democráticas.
Hoy, 40 años después de la masacre de Tlatelolco, manifiesta: “Me veo como una Nacha llena de fortaleza a pesar de mis 64 años. Soy diabética, hipertensa, tengo hijas y nietos, pero me siento muy fuerte. He luchado durante 40 años y sigo en la misma petición de justicia, de cese a la impunidad, de castigo a los responsables de Tlatelolco y de todo lo que nos hicieron. Como Comité 68 llevamos el aspecto legal de la demanda, no sólo sobre lo ocurrido en aquel movimiento, también del 10 de junio de 1971 y la guerra sucia.
“A las mujeres antes no se les tomaba en cuenta. Hasta que nosotras empezamos a luchar por los espacios. Fuimos brigadistas, informábamos en los camiones, íbamos a las plazas públicas, a los mercados, las fábricas. Nuestra participación fue definitiva.”

Guevara Niebla
Siguen vivas prácticas y valores del autoritarismo
Fue representante de la Facultad de Ciencias de la Universidad Nacional Autónoma de México ante el Consejo Nacional de Huelga.
Al igual que muchos de los dirigentes del movimiento estudiantil de 1968, estuvo preso en Lecumberri hasta 1971.
Licenciado en biología y con grado de doctorado por el Instituto de Educación de la Universidad de Londres, ha sido profesor, subsecretario de Educación y editor de la revista especializada Educación 2001.
A 40 años de Tlatelolco, Gilberto Guevara Niebla señala: “Soy un mexicano comprometido con mi país y con la democracia. Soy profesor, estoy comprometido con mi profesión docente. Creo que con mi trabajo contribuyo legítima y responsablemente a impulsar los cambios por los que luchamos en 1968.
“El 68 influyó de forma determinante sobre mi vida, pero no soy una persona amargada. He podido formar una familia; tengo tres hijos que me llenan de orgullo.
“Pienso que a mi generación se le negó la oportunidad de desarrollarse en el plano de la política democrática y que aún hoy se le descalifica injustamente.
“Lamentablemente muchas de las prácticas y valores que fueron típicos del viejo autoritarismo se conservan en la vida nacional.
“El sistema no ha desaparecido; no obstante, sí hay una democratización parcial del Estado.”

Roberto Escudero
Abrimos espacios para encontrarnos con la gente
Estudiante de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), representaba a ese centro escolar en el Consejo Nacional de Huelga (CNH).
Si bien no fue detenido en 1968, estuvo exiliado en Chile de 1969 a 1971. Después de la masacre de Tlatelolco Escudero Castellasnos formó, con Marcelino Perelló, Federico Emery y Ángel Verdugo, el núcleo central de dirección del CNH. Con Gerardo Estrada redactó el Manifiesto a la Nación 2 de Octubre, con el cual se puso fin a la huelga estudiantil el día 17 de ese mismo mes.
Maestro jubilado, impartió cátedra en la UNAM y en la Universidad Autónoma Metropolitana-Xochimilco. Dirigió las revistas Punto Crítico y Territorios.
Hoy, afirma: “Hacia abajo veo un bastón; a la altura de mis ojos veo mi trabajo académico que me dio muchas satisfacciones. Un problema en la cadera me obligó a jubilarme y ahora estoy escribiendo y estudiando mucho.
“Hoy muchos quieren encontrarle herederos al 68, como Andrés Manuel López Obrador. No estoy de acuerdo. Nosotros nunca cerramos las calles a la población. Al contrario, buscábamos espacios donde encontrarnos con la gente. Voté por él, pero me arrepentí a los dos días.
“Quiero manifestar mi indignación por lo ocurrido en la discoteca News Divine. Fue algo profundamente lamentable. Me deprimió e indignó la respuesta del gobierno. Por eso felicito a los padres que han decido dedicar el dinero que se les dio por indeminización para pagar buenos abogados que encuentren a los responsables de esos hechos.”

Félix Hernández Gamundi
Transformar el país requiere de hallar un nuevo rumbo

Estudiante de la Escuela Superior de Ingeniería Mecánica y Eléctrica del Instituto Politécnico Nacional y representante de ese plantel educativo ante el Consejo Nacional de Huelga.
Fue detenido el 2 de octubre de 1968 en la Plaza de las Tres Culturas. Golpeado, se le trasladó primero al Campo Militar número Uno y después estuvo preso dos años en Lecumberri.
Como casi todos los participantes en el mitin realizado en Tlatelolco, fue acusado de homicidio, entre otros delitos.
Es especialista en problemas del agua y participa en organizaciones ambientalistas. También es integrante del Comité 68 Pro Libertades Democráticas.
Ahora, expresa: “Me siento con un gran compromiso. Tengo la convicción de que el movimiento del 68 rompió todos los esquemas de la política mexicana. Recuperó los espacios públicos para la disidencia política, para todos los que estaban fuera del aparato de control del Estado que exhibió entonces, con una crudeza tremenda, su carácter represivo, autoritario y caduco.
“Hemos avanzado mucho en 40 años. Somos una sociedad más demandante, crítica y, sin embargo, estamos ante la necesidad de encontrar un nuevo rumbo para la transformación del país.
“Tenemos un ambiente de impunidad enorme y estamos ante el imperativo de romper ese manto bajo el cual se protegen los poderosos para lograr, verdaderamente, diseñar un camino para la democracia y un nuevo país.
“De ninguna manera estoy amargado. El Estado no ha cambiado, pero la sociedad sí.”       
imagenes del 68 

Enfrentamiento de estudiantes en La Ciudadela, el 22 de julio. Este hecho dio comienzo al movimiento Foto Jesús Dávila Arellano
 
Secuencia de las marchas del 26 de julio. Una contra la represión a los estudiantes y la otra para conmemorar un aniversario más de la Revolución Cubana Foto María García

Toma de Ciudad Universitaria por el Ejército, el 18 de septiembre Foto IIESU/ Archivo Histórico de la UNAM/ Colección Manuel Gutiérrez Paredes
 
La Batalla del Politécnico, luego las instalaciones de Zacatenco serían tomadas, el 24 de septiembre Foto Tonatiuh García/ Acervo Comité 1968, tomada del libro El Memorial del 68 UNAM

Quema de un monigote que representaba a un granadero, en el Zócalo, el 13 de agosto Foto Rodrigo Moya
 
A bayoneta calada, el Ejército desalojó el plantón de estudiantes en el Zócalo, el 28 de agosto Foto Lenin Salgado

Detención de estudiantes en el tercer piso del edificio Chihuahua, tras el mitin del 2 de octubre Foto IIESU/ Archivo Histórico de la UNAM/ Colección Manuel Gutiérrez Paredes 
Homenaje a Javier Barros Sierra,
rector de la Universidad Nacional Autónoma de México en 1968
Imagen de mi padre *
Cristina Barros
Muchas son las imágenes de mi padre que acuden a mi memoria. El esposo que prefería su hogar a cualquier otro espacio; el narrador de los cuentos del león de la selva con que nos entretenía de niños; la de quien me introdujo en el mundo de los astros al enseñarme en los cielos despejados de Santa María, Morelos, el nombre de las estrellas y las constelaciones; la del hombre que encontraba en la música goce y consuelo; de quien entre todos los montes del valle prefería la reciedumbre del Ajusco y entre todos los árboles de su jardín al fresno más joven, precisamente por esa cualidad; el que en las vacaciones familiares caminaba gozoso y reflexivo por la orilla del mar en Cabo Rojo.
Al que no podía evitar la tentación de jugar con las palabras practicando lo que llamaba “esgrima verbal”. Al amigo leal. Al joven que desde muy pronto compartió el tiempo consagrado al estudio, con el tiempo dedicado a participar en las luchas estudiantiles. Al servidor público entregado y honesto, que fue y es nuestro ejemplo. A quien amaba a su país y a la Universidad con una pasión intensa y razonada. Al hombre de mirada profunda, matizada por el tenue velo de la nostalgia que deja la muerte prematura de los familiares cercanos. Al abuelo amoroso. A quien fue siempre fiel a sí mismo y no permitió nunca que lo sedujera el poder. Estos son esbozos de mi padre que corresponden a la intimidad.

El rector Javier Barros Sierra encabeza la marcha en defensa de la autonomía universitaria Foto Rodrigo Moya
Son otras las facetas de Javier Barros Sierra que quisiera destacar ahora, pues quizá puedan servir de guía a quienes desde distintas posiciones tienen hoy, que al parecer hemos perdido el rumbo, la responsabilidad de encontrar un camino, un verdadero proyecto de nación que al ser incluyente y justo, nos convoque a todos.
Escribía en 1962:
“En todo oficio debe haber un cariño, un amor al propio oficio tal, que aparte de la retribución justa que se obtenga por el esfuerzo, anime a quien lo practica una especial pasión por la tarea que realiza. Mediante ese amor, conjugado con la técnica, es como se puede hacer una obra bien hecha”. Y añade: “Yo pienso, si consideramos solamente la tradición enorme que México tiene en las artesanías, que los artesanos mexicanos han sabido hacer bien las cosas, hacerlas con amor, que tenemos ya el grado de responsabilidad y madurez suficiente”.
Estas no son las palabras del político común, sino las de un humanista que utiliza términos como amor y pasión para referirse a las tareas que se realizan, y a la tradición y a la cultura como un binomio inseparable, capaz de dar por resultado la madurez, cuyo fruto es una obra que nos da la posibilidad de trascender.
Para lograr que un profesional, un técnico, un funcionario entendieran el profundo sentido de estas palabras, Javier Barros Sierra no concebía otro camino que el de la educación, una educación amplia y formativa, en la que las palabras estuvieran apoyadas en ejemplos de vida. Es precisamente a la juventud en formación, a la que dedicó sus mejores esfuerzos como maestro en la Preparatoria Nacional, y en las facultades de Ciencias y de Ingeniería primero; después, como director de la propia facultad y, finalmente, como rector de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM).
Entendía las cualidades de la juventud, y deseaba intensamente que los padres, los educadores, los gobernantes, estuvieran a la altura de la misión que implica acompañarlos en su formación:
“… en mayor o menor grado, toda la juventud se ha sentido iniciadora de la historia; ha negado los valores anteriormente vigentes y ha juzgado con extrema dureza las fallas de los mayores en la empresa de alcanzar la justicia y la felicidad. La juventud actual detesta con toda razón la mentira, la situación y la hipocresía y la retórica vacua (…) es el suyo un desafío a nuestra sinceridad, a nuestra imaginación y a nuestro espíritu de servicio.”
Y sobre los jóvenes:
“No sobra repetir que quienes renuncian a entender a la juventud de hoy, a sus inquietudes, muy fácilmente caen en la creencia de que los únicos tratamientos que a ella pueden dársele son la represión y la corrupción, sea para neutralizarlos o para utilizarla como instrumento. Se les escapa que la única posibilidad eficaz y válida para no hablar de lo puramente moral, es educarla.”
Más adelante, enfatiza: “Se puede corromper a algunos jóvenes en un minuto, reprimir a muchos en un día; pero el proceso educativo no se completa en un mes ni en un año. Nosotros por supuesto –afirma–, hemos escogido el camino difícil. Y la educación debe contener la formación social y política”.
Poseer un conocimiento o dominar una técnica no es el verdadero propósito del aprendizaje de una profesión; son tan sólo instrumento para “mejorar la vida humana en una colectividad…” La colectividad que tiene presente es México, y entre las cualidades que requiere un profesional para ser digno de sí mismo y de México, es fundamental la honradez “desde los puntos de vista moral e intelectual”. Se trata de no olvidar nunca “que es obligatorio anteponer la causa del pueblo a cualquier interés egoísta o al provecho personal”. La formación de profesionales, investigadores y técnicos debía darse en la libertad “como un paso esencial para acrecentar el patrimonio material y espiritual del país, y para alcanzar un desarrollo basado en los anhelos colectivos justicia”.
Si bien se ha identificado el rectorado de Javier Barros Sierra con el movimiento del 68, asunto de la mayor trascendencia para el México contemporáneo que otros sabrán tratar mejor que yo, en ocasiones se deja de lado la extraordinaria obra educativa que se realizó en la UNAM durante los cuatro años de su gestión. Su visión abarcaba la educación de manera integral, y a una verdadera reforma educativa, en “el contexto de una reforma social más amplia, profunda y total, porque la educación no es, como se ha pensado por muchos, un simple servicio público que en ciertos niveles es gratuito y en otros debe cobrarse. No, la educación debe entenderse en nuestros días, y ¡ay de aquel país que no lo entienda así!, como un factor fundamental para el desarrollo económico y social…” Las consecuencias de no haberlo comprendido están hoy a la vista.
No se trata de que las instituciones educativas preparen “como si fueran mercancías, el número preciso, exacto, de personas que se supone van a necesitarse en la abogacía, en la ingeniería, la química, la medicina o la arquitectura”. Sólo lo entenderían así, afirma, los financieros cortos de miras. A quienes consideren que “se destina a las instituciones de educación superior recursos excesivos en comparación con los disponibles nacionales”, se les podría demostrar, agrega, “que si el Estado supiera recurrir a la Universidad en trabajos de investigación y de otra índole, podría recuperar varias veces el monto del subsidio que invierte en la educación superior…”
Hoy son más que relevantes sus señalamientos a los gobiernos que no destinan un presupuesto adecuado para las instituciones educativas y que demuestran con sus acciones que no confían en su propio país y en las capacidades de su gente. A 200 años de distancia de la Independencia, parece que renovamos nuestra condición de pueblo colonizado y nos deslumbra un nuevo espejismo, el de una modernización vacía que no corresponde a nuestras necesidades ni tampoco a un proyecto propio.
Este país ha ensayado desde su nacimiento múltiples caminos. En algunas cosas hemos acertado; en otras hemos fallado seriamente. Ahí donde hemos fallado, nos ha faltado imaginar y crear caminos, soluciones propias. Es hora de afirmarnos en lo que somos y desde ahí responder con libertad a los retos internos, y también a los del mundo en el que sólo se podrá participar a partir de alternativas distintas y distintivas. Esto podrá logarse en parte a partir de la verdadera democracia dentro y fuera de los recintos educativos.
De esta manera se logrará el ideal de Javier Barros Sierra, de que la educación que reciban los jóvenes sea “un arma noble que deben utilizar en la mejor de las formas, conociendo más los problemas de México y adentrándose en su realidad social para prestar un verdadero servicio al país”.
* Salvo algunas modificaciones, este texto corresponde al que fue leído en el homenaje a Javier Barros Sierra que organizó la UNAM en 1998, al cumplirse 30 años del movimiento estudiantil del 68.
 
Paisaje después de la batalla. La masacre se había consumado. Imagen del 3 de octubre Foto Lenin Salgado
                     




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