López Obrador arrancó, con el pie derecho, su marcha por la presidencia de la República. Primero, obtuvo el registro de Morena. Ahora, se ha postulado abiertamente para reforzar la campaña de su movimiento y sus candidatos.
Desde ya, se puede dar por descontado que el 7 de junio obtendrá la confirmación del registro. Todas las encuestas le otorgan a Morena una intención de voto cercana a 10 por ciento; por lo que la verdadera pregunta no es si confirmará el registro, sino si efectivamente alcanzará dos dígitos y a qué distancia se ubicará del PRD.
Como era de esperarse, AMLO se postuló con una declaración tronante: “estoy absolutamente seguro de que vamos a triunfar en las próximas elecciones y en 2018, aunque no le guste a la mafia.”
Lo peor que podrían hacer sus adversarios sería tomarlo a mofa o como una simple balandronada. Sirva de referencia François Mitterrand que llegó a la presidencia de Francia, al tercer intento, a la edad de 65 años (en 2018, López Obrador tendrá 64 años).
AMLO, por lo demás, ya demostró que tiene más vidas que un gato. De haber arrancado en el tercer sitio en 2012, después de la toma de Reforma y del sainete de la presidencia legítima, desplazó a Josefina Vázquez Mota. Y, por sí fuera poco, logró conectar con jóvenes universitarios que pueden ser definidos como “ternuritas”, o como se quiera, pero que existen y votan.
Así que lo único que podría impedir su campaña sería una enfermedad o un accidente. De no ser el caso, López Obrador estará en la boleta electoral y será un candidato fuerte o muy fuerte.
Para asegurar su candidatura, la estrategia que se ha trazado es poner al conjunto de las organizaciones de izquierda, en particular al PRD, frente al mismo dilema de 2011: o van conmigo o vamos divididos y nos hundimos todos. Y eso sin mencionar que no se vislumbra que Ebrard o Mancera tengan la fuerza para enfrentarlo.
Las ventajas de AMLO, en ese proceso que ya está en marcha, son dos: 1) será el candidato más conocido; 2) su perfil de político tenaz con un halo de honestidad; aunque la “honestidad valiente” sea, en realidad, una ¡valiente honestidad!
Por otra parte, los planetas han empezado a alinearse a su favor. Los errores y los tropiezos del gobierno de Peña Nieto le ayudan más que mil spots. Pero además, hay ciclos políticos que se cierran al mismo tiempo que otros se abren.
El desprestigio de la clase política en su conjunto no tiene precedente y se explica perfectamente. El cinismo y la corrupción son los sellos de todos los partidos. Buena parte de ese enojo generalizado se expresará como abstención el próximo 7 de junio, pero en 2018 será diferente.
Los electores inconformes podrán hacer, en ese momento, un razonamiento simple: el PAN tuvo su oportunidad durante 12 años, pero la corrupción se multiplicó y democratizó. El PRI regresó al poder, pero las cosas no mejoraron.
El corolario cae por su propio peso: ¿por qué no darle, entonces, la oportunidad al que se postula por tercera vez, y que advirtió que las cosas, lejos de mejorar, empeorarían?
Sobra decir que el peso de ese razonamiento será mayor o menor dependiendo de la situación económica y política que prive en 2018. Panorama que, por lo pronto, se divisa nublado y complicado.
En materia económica no hay margen para muchas ilusiones. El desempeño del gobierno de la República ha sido malo y la caída del precio del petróleo anuncia dificultades, recortes presupuestales y bajo crecimiento de la economía en los próximos años. A lo que se suman los efectos negativos de la reforma fiscal y el previsible incremento de las tasas de interés en Estados Unidos.
En materia de reformas, algunas de las cuales cuentan con baja aprobación, como la energética, será difícil esperar resultados contantes y sonantes que cambien el ánimo de la gente, como ocurrió en el pasado con el TLC.
El objetivo de López Obrador está, pues, más claro que el agua: erigirse en el candidato del 'no' y polarizar la elección; convertirla en una suerte de plebiscito sobre las reformas y en una condena del PRIAN. Campaña, para la que se pinta solo.
Twitter: @SANCHEZSUSARREY
Desde ya, se puede dar por descontado que el 7 de junio obtendrá la confirmación del registro. Todas las encuestas le otorgan a Morena una intención de voto cercana a 10 por ciento; por lo que la verdadera pregunta no es si confirmará el registro, sino si efectivamente alcanzará dos dígitos y a qué distancia se ubicará del PRD.
Como era de esperarse, AMLO se postuló con una declaración tronante: “estoy absolutamente seguro de que vamos a triunfar en las próximas elecciones y en 2018, aunque no le guste a la mafia.”
Lo peor que podrían hacer sus adversarios sería tomarlo a mofa o como una simple balandronada. Sirva de referencia François Mitterrand que llegó a la presidencia de Francia, al tercer intento, a la edad de 65 años (en 2018, López Obrador tendrá 64 años).
AMLO, por lo demás, ya demostró que tiene más vidas que un gato. De haber arrancado en el tercer sitio en 2012, después de la toma de Reforma y del sainete de la presidencia legítima, desplazó a Josefina Vázquez Mota. Y, por sí fuera poco, logró conectar con jóvenes universitarios que pueden ser definidos como “ternuritas”, o como se quiera, pero que existen y votan.
Así que lo único que podría impedir su campaña sería una enfermedad o un accidente. De no ser el caso, López Obrador estará en la boleta electoral y será un candidato fuerte o muy fuerte.
Para asegurar su candidatura, la estrategia que se ha trazado es poner al conjunto de las organizaciones de izquierda, en particular al PRD, frente al mismo dilema de 2011: o van conmigo o vamos divididos y nos hundimos todos. Y eso sin mencionar que no se vislumbra que Ebrard o Mancera tengan la fuerza para enfrentarlo.
Las ventajas de AMLO, en ese proceso que ya está en marcha, son dos: 1) será el candidato más conocido; 2) su perfil de político tenaz con un halo de honestidad; aunque la “honestidad valiente” sea, en realidad, una ¡valiente honestidad!
Por otra parte, los planetas han empezado a alinearse a su favor. Los errores y los tropiezos del gobierno de Peña Nieto le ayudan más que mil spots. Pero además, hay ciclos políticos que se cierran al mismo tiempo que otros se abren.
El desprestigio de la clase política en su conjunto no tiene precedente y se explica perfectamente. El cinismo y la corrupción son los sellos de todos los partidos. Buena parte de ese enojo generalizado se expresará como abstención el próximo 7 de junio, pero en 2018 será diferente.
Los electores inconformes podrán hacer, en ese momento, un razonamiento simple: el PAN tuvo su oportunidad durante 12 años, pero la corrupción se multiplicó y democratizó. El PRI regresó al poder, pero las cosas no mejoraron.
El corolario cae por su propio peso: ¿por qué no darle, entonces, la oportunidad al que se postula por tercera vez, y que advirtió que las cosas, lejos de mejorar, empeorarían?
Sobra decir que el peso de ese razonamiento será mayor o menor dependiendo de la situación económica y política que prive en 2018. Panorama que, por lo pronto, se divisa nublado y complicado.
En materia económica no hay margen para muchas ilusiones. El desempeño del gobierno de la República ha sido malo y la caída del precio del petróleo anuncia dificultades, recortes presupuestales y bajo crecimiento de la economía en los próximos años. A lo que se suman los efectos negativos de la reforma fiscal y el previsible incremento de las tasas de interés en Estados Unidos.
En materia de reformas, algunas de las cuales cuentan con baja aprobación, como la energética, será difícil esperar resultados contantes y sonantes que cambien el ánimo de la gente, como ocurrió en el pasado con el TLC.
El objetivo de López Obrador está, pues, más claro que el agua: erigirse en el candidato del 'no' y polarizar la elección; convertirla en una suerte de plebiscito sobre las reformas y en una condena del PRIAN. Campaña, para la que se pinta solo.
Twitter: @SANCHEZSUSARREY