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¡Acabemos con Mancera!

¡Acaben con Mancera!

Advertencia: lo que usted va a leer a continuación podría parecer muy chilango. No lo es. Está creando percepciones a escala nacional. Tome nota.
Yo, Álvaro Cueva, estoy contra el aumento al precio del boleto del Metro en el Distrito Federal.
Sí, yo sé que al Sistema de Transporte Colectivo de la Ciudad de México le urge una inversión y que en otras partes del país hasta los camiones son más caros.
Sí, también estoy consciente de todo lo que esto implica en términos culturales y sociales, pero le voy a contar una historia para que me entienda. ¿Cuál? La mía.
Cuando me vine a vivir al Distrito Federal en el verano de 1991 llegué con una mano adelante y otra atrás. A pesar de que trabajaba para dos importantes medios de comunicación ganaba una vergüenza.
Si juntaba mis salarios, después de pagar lo indispensable, no me alcanzaba ni para comprar una lata de refresco al día. Vivía muy mal.
¿Cómo le hacía para transportarme? Usaba una complicadísima combinación de metros, camiones y trolebuses como lo hacen millones de chilangos.
La única manera que yo tenía para poder pagar esos servicios era irme a formar todos los días de quincena, a horas impropias de la madrugada, afuera de la estación del Metro más cercana al lugar donde vivía, a luchar contra una multitud.
¿Para qué? Para poder comprar, con descuento, un abono de plástico que me servía para casi todos los transportes públicos de la ciudad durante dos semanas.
Si no alcanzaba abono, lo cual me pasó en varias ocasiones, no la hacía. Le tenía que pedir prestado a mis compañeros de oficina para poder completar para algo tan básico como un camión.
Y eso que yo, en teoría, tenía al menos dos muy buenos trabajos. Y es que yo, en teoría, estaba triunfando.
Imagínese si solo hubiera tenido un empleo. Imagínese si hubiera estado casado y con hijos. ¿Qué hubiera hecho? ¿Hasta dónde hubiera tenido que llegar nada más para transportar a mi familia?
¿Por qué le estoy contando esto? Porque el Distrito Federal no es ese paraíso que lo tiene todo, a un precio muy bajo, como suponen en otras partes.
Aquí vives mal, te pagan mal, te tratan mal. A lo mejor nuestro Metro no cuesta lo mismo que el de Monterrey, pero, salvo en puestos muy específicos que ya casi no existen, ganas mucho menos que en la capital de Nuevo León.
No, y si usted piensa que los metros, camiones, trenes y trolebuses del Distrito Federal son la cúspide de la eficiencia, me da mucha pena tener que decírselo, pero no es cierto.
La crisis en el transporte público mexicano es nacional y los chilangos batallamos tanto para llegar a nuestros trabajos como los hombres y las mujeres de cualquier estado de la República.
Lo que pasa es que nomás nos quejamos de lo que tenemos cerca y como nuestra pobre nación está tan dividida, ni a quien se le ocurra unirse para exigir un servicio de calidad a nivel macro.
No vaya a ser que nos vayan a calificar de holgazanes, violentos y conflictivos como a los maestros, a los campesinos y a todos los que se atreven a exigir sus derechos en este país.
A esto me refiero cuando le hablo de percepciones. Me queda claro que hay una especie de consigna mediática cuyo objetivo es aniquilar a Miguel Ángel Mancera y, en general, a todo lo que tenga que ver con el Distrito Federal.
El Metro es nada más un pretexto como lo de las marchas, los plantones y hasta los descabezados que antes aparecían en cualquier lado menos aquí.
¿Pretexto para qué? Para que todos, comenzando por los que no viven en la Ciudad de México, acaben odiando no solo al PRD, sino a todas las izquierdas.
Por favor tenga cuidado con lo que vea, oiga y lea. El Gobierno del Distrito Federal está más ahorcado en términos económicos de lo que usted se imagina, entre otras razones, porque carece de la autonomía de los gobiernos estatales.
El boleto del Metro no aumentó por capricho de Miguel Ángel Mancera, aumentó porque ya no existen los apoyos que existían en otros tiempos.
¿En cuáles? En los tiempos en que el PRI gobernaba tanto a nivel nacional como a nivel local y en los que a nadie le quedaba claro de dónde llegaba el dinero para qué cosa.
Yo creo que lo que estamos viendo es una trampa, un ejercicio de presión para que nos decepcionemos y lo más triste es que está funcionando. ¿O usted qué opina?
¡Atrévase a opinar!
alvarocueva@milenio.com

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