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HABLANDO DE ANTOLINA DICE LA PENDEJA QUE EL #YoSoy132 PERDIO SU OPORTUNIDAD


Attolini: #YoSoy132 desperdició una oportunidad histórica

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Por Antonio Attolini  @AntonioAttolini
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Antonio Attolini fue vocero del movimiento #YoSoy132 en el ITAM en 2012. Es estudiante de Relaciones Internacionales y Ciencia Política en esa institución.
*Este texto fue actualizado a las 12:15 horas de este sábado a petición del autor.
***
“El #YoSoy132 es un concepto que permanece abierto para que cada quien lo interiorice a la imagen y semejanza de sus propias expectativas, creencias y/o escalas de valores”.
El movimiento #YoSoy132 comenzó como una afrenta directa a los detentadores del poder político. Un acto de negación (en tanto se pretendía superar y trascender el statu quo) que invocaba la aspiración legítima por construir en México una “democracia auténtica” en contraposición a lo que se percibía como una democracia simulada y con velados rasgos de autoritarismo.
 Esta narrativa contestataria y rebelde propia de un pequeño grupo de estudiantes de la Ibero, el ITAM y el Tecnológico de Monterrey logró inspirar y motivar a un amplio sector de la población juvenil en todo el país.
En menos de un mes, el movimiento #YoSoy132 era un fenómeno no sólo nacional, sino mundial.
A pesar de ser el primer movimiento estudiantil en México que tenía la posibilidad real de consolidar una red nacional (ningún movimiento estudiantil antes había tenido tal territorialidad) de contralorías ciudadanas que representaran un contrapeso al ejercicio del poder público en materia de derechos humanos y corrupción, el movimiento #YoSoy132 desperdició su oportunidad histórica.
 Es momento de dejar de escribir y de hablar sobre el movimiento #YoSoy132 invocando a una narrativa ideológica y romántica. Es momento de hacer un corte de caja y enfrentar la realidad desde una óptica crítica con el afán de decantar -a partir de la experiencia- las mejores y peores prácticas en la organización de un contrapeso ciudadano.
Uno de los principales errores del movimiento fue haber permitido que las universidades públicas (UNAM, UAM, UACM, IPN) utilizaran el foro de discusión de la Asamblea General Interuniversitaria para dirimir las diferencias al interior de su particular comunidad estudiantil.
En la Asamblea General Interuniversitaria las mencionadas universidades públicas contaban con un voto por facultad o por escuela, contando así la UNAM con más de 15 votos, la UAM con 5, la UACM con 4, etc. En cambio, las universidades restantes -y por lo general, privadas- contaban únicamente con un voto.
Intimidados  y descalificados por un particular grupo de estudiantes dentro de estas escuelas, quienes estuvimos ahí presentes no supimos -o no quisimos- hacerle frente a lo que a todas luces no era ni democrático (la pluralidad de voces que, en libre competencia, terminara posicionar como mejor librado al mejor argumento) ni horizontal (no existen controles morales, éticos o políticos por encima de los que ya de sí hemos asumido al estar en #YoSoy132).
Ahora, visto en retrospectiva, no es descabellado pensar en una alternativa a este modelo de organización. ¡Caramba, si tanto la India (la democracia más grande del mundo) como las Islas Kiribati cuentan con un voto en la Asamblea General de la ONU! ¿Por qué resulta tan complicado el  romper con el peso de una tradición de lucha y replantear a las universidades a que formen sus propias Asambleas?
Este obstáculo organizacional fomentó y procuró que existiera una narrativa contradictoria al interior del #YoSoy132. El movimiento terminó por replicar a su interior las mismas prácticas autoritarias que pregonaba combatir al exterior; si bien el modelo de organización reconocía la autonomía de las Asambleas Locales -organizaciones formadas por estudiantes de base, con un carácter pacífico y apartidista-, esto no fue respetado en la práctica.
Al no haber una autoridad central -particularidad que confundió a medios de comunicación- que mandatara con legitimidad democrática el curso del movimiento en general, las Asambleas Locales estaban consideradas los actores principales. Estas estaban a su vez amparadas de autonomía frente sus pares y -aún más importante- frente a la Asamblea General Interuniversitaria. En este caso, el todo no podía ser más que la suma de sus partes. Sin embargo, así sucedió.
Hablar con medios de comunicación estaba prohibido o reglamentado, rechazar alguna toma violenta de instalaciones o manifestación agresiva era señal de debilidad y/o reconocer el peso específico de las Asambleas Estatales era visto como antiético y absurdo. Todo esto aún si se hiciera dentro de las coordenadas de autonomía de las Asambleas Locales.
Esta narrativa revolucionaria es, en realidad, más conservadora de lo que ellos mismos se atreverían a aceptar. Un movimiento que pretendía incidir directamente en las instituciones formales pero que optó por aislarse de éstas apelando a argumentos moralinos para diferenciarse entre ellos y que terminó por anclarse a un discurso de consumo interno (es decir, que apelaba y se validaba únicamente con los que ya estaban convencidos), no necesita ser violentamente reprimido para ser neutralizado. Esta es una revolución tal que no pudo revolucionar ni siquiera sus propios principios conforme la realidad la iba superando.
Es importante señalar cómo lo que en un principio se entendía -me atrevo a decir- la mayoría de los miembros del #YoSoy132 como una posición política (es decir, estar en “la oposición” frente a un candidato como Enrique Peña Nieto o a un partido político como el PRI), terminó por enraizarse como una identidad en la personalidad y en el carácter de muchos miembros del #YoSoy132.
 Cuando los miembros de un movimiento social con causa pasan de “estar” en la oposición a “ser” oposición, la lucha misma está condicionada a nunca triunfar y la causa es secuestrada. No se triunfaría porque nadie estaría pensando en el cómo, ya que significaría cambiar las coordenadas del escenario político lo cual terminaría por anular su propia identidad (dejarían de “ser” oposición). Se secuestra la causa social al usarse ésta como justificación y arropo a las actividades que buscan únicamente notoriedad y relevancia mediática. Por eso se bombardea al Estado de peticiones y reclamos imposibles de cumplir o con descalificaciones ideológicas que apelan a la intuición de la gente más que al entendimiento y a la razón.
Ahora bien, y a manera de conclusión, el #YoSoy132 es la primera experiencia social de este tipo dentro de las coordenadas políticas de un México globalizado y pluralizado por lo que el área de oportunidad que existe aún es enorme.
Sin embargo, para poder arrojar luz sobre lo que aún permanece oscuro, es necesario dejar de lado la versión romántica e ideologizada del movimiento. La lucha social debe permanecer en constante actualización para poder llamarse social. La inspiración y motivación que sentimos todos los que fuimos agrupados por el #YoSoy132 deja una marca que nos acompañara durante los siguientes años en el devenir de México. Debemos estar listos. Ya nos atrevimos a luchar. Ahora hay que atrevernos a ganar. 

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