La muerte de la libertad de expresión
Tengo la impresión de que la libertad de expresión, tal y como la conocimos en el pasado, está muriendo.
¿Por qué? Porque, así como está cambiando el concepto de privacidad, también está cambiando lo que se puede y no se puede decir.
Creo que es inevitable, doloroso, y que es un tema sobre el que todos tenemos que reflexionar.
Antes, usted podía comprar un periódico, mirar la foto de un hombre asesinado en la portada y enterarse de los pormenores de ese acontecimiento sin mayor problema.
Hoy, quienes trabajamos en medios tenemos que pensar dos veces antes de tomar la decisión de poner la
foto de ese hombre asesinado en la portada.
¿Por qué? Porque ese hombre, haya hecho lo que haya hecho, es un ser humano como usted o como yo, tiene derechos y cualquier cosa que se haga con su imagen tiene consecuencias que alcanzan a su familia, a sus amigos y a sus compañeros de trabajo.
Esto que le estoy diciendo es algo que ya está cambiando la historia. Punto.
Si hubiera existido hace algunos años, ni remotamente hubiéramos aprendido las cosas que aprendimos en los libros de texto.
Es todo un reto, porque siempre habrá alguien que filtre la imagen más ofensiva o que diga el insulto más sucio a través de las redes sociales.
Ahí está la diferencia entre el periodismo profesional y las aportaciones que cualquier persona puede hacer en internet.
¿Qué significa esto? ¿Que los medios van a autocensurarse y volverse torpes, descafeinados y aburridos?
Todo lo contrario: significa que tienen y que van a tener que trabajar mucho más que antes para llamar la atención, para decir las cosas que nadie más está diciendo y para ir más allá de cualquier punto adonde cualquier persona pueda llegar en Twitter y Facebook.
Los periodistas de hoy tenemos que investigar más, analizar más, criticar más y, lo más importante, tenemos que crear más.
Crear lenguajes, crear estructuras, crear mecanismos, crear experiencias. Periodista profesional que diga lo que cualquiera puede decir en 140 caracteres no es periodista profesional.
Igual, los periodistas de hoy debemos tener más y mejores asesores legales, más y mejores condiciones de seguridad, más y mejores recursos.
Debemos predicar con el ejemplo si es que, en verdad, queremos llegar a cumplir con las funciones básicas de nuestro oficio.
¿Por qué le estoy contando esto? Por todo lo que he estado viendo en las noticias nacionales e internacionales y por casos muy concretos como el de Presunto culpable y David Faitelson.
Presunto culpable resucitó a nivel opinión pública, porque a alguien se le ocurrió que hubo personas que salieron perjudicadas tras la distribución de este documental.
A David lo andan buscando en Centroamérica porque un amigo suyo publicó una foto, en Twitter, donde salía con unos plátanos, porque supuestamente consideraba que cierto partido de futbol que vería iba a ser “bananero”.
Obviamente, la mayoría de los hombres y de las mujeres que vivimos en este país se pone de pie ante Presunto culpable, porque puso en evidencia la mediocridad de una de las aristas más vergonzosas de nuestro sistema judicial.
E, igual, cientos de personas estuvimos de acuerdo y gozamos con la crítica de Faitelson.
Pero, sí, hubo gente que salió perjudicada con Presunto culpable y, sí, hubo aficionados que se ofendieron con lo del adjetivo “bananero”.
¿Adónde quiero llegar? ¿A celebrar los intentos de censura que se le han querido hacer a Presunto culpable? ¿A dañar a un hombre al que admiro tanto como David?
No, a una reflexión mayor. Ya no estamos en los tiempos en los que, en aras del periodismo, podíamos mostrar cualquier imagen en cualquier lugar, ya no estamos en la época en la que nos podíamos permitir cualquier puntada con tal de respaldar nuestras ideas.
A Presunto culpable lo salvan muchas cuestiones que tienen que ver con su materia y con el momento en que fue rodada, y a David, que su comentario fue distribuido por internet, no en medios tradicionales.
Pero estos y muchos otros casos más que estamos viendo y viviendo nos tienen que servir de lección para perfeccionar nuestro trabajo.
La libertad de expresión, tal y como la conocimos en el pasado, está muriendo, pero una nueva está naciendo y ahí es donde todos nos tenemos que mover. ¿A poco no?
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